Hay días, pocos días, en los que necesito de alguien que no
me recuerde que jugué a los dados con el diablo. Todos lo necesitamos.
Hay días que necesito
que no me recuerden que he jugado a los dados con el diablo consciente de que
tres veces no ganaría y de que mi apuesta después de todo valió la pena.
Juego todos los días y el alma se me acaba de a poco en ello.
Tomo de mi cerveza, le doy una chupada larga, la mujer que tengo a lado me
pregunta. ¿Estas bien cariño? Ha sido
rico…
Mientras, él, me hace señas de que es mi turno.